martes, 8 de junio de 2010

Sirenas de cristal


Una mujer sube al autobús, aspecto demacrado, voz temblorosa; su delgadez y sus facciones marcadas la identifican inmediatamente con una de esas mujeres de la calle, que han encontrado en el alcohol y las drogas un sustituto de aquello que más necesitan, sea lo que sea.
Nerviosa le explica al conductor que le acaban de robar la cartera y que no tiene dinero para el viaje, y
mientras da su versión de los hechos, una joven que va en primera fila la mira con desprecio; con cierto cinismo y mucho aburrimiento escucha sus palabras.
“Habituales” piensa, “Sólo espero que no se me coloque cerca”
El conductor, curiosamente cree su versión y le permite continuar el viaje.
Como era de esperar, la mujer se sitúa junto a la joven, “Bueno, al menos espero que no me hable”.
Pero la mujer no habla. Tras observarla durante un rato la joven ve que tiembla y llora, y se limpia restos de sangre de la mano con un clínex que en su intento de cumplir su función hace la escena más extraña, más sombría.
Esa mujer ha sido agredida y robada, y nadie creerá su versión de los hechos porque su rostro dice que es una marginada, que está fuera de la sociedad, que no es de fiar. Ni siquiera ella se molestará en tratar de obtener ninguna clase de justicia, porque la justicia ya se ha cebado con su vida lo suficiente como para exigirle más.
A veces resulta difícil creer que alguien que vive en el lado equivocado de lo que consideramos el bien o el mal pueda sentir, pueda sufrir, pueda llorar.
Observando esas lágrimas desde la primera fila del autobús pensé: “¿En qué puto lado de la línea estoy yo ahora, perfecta ciudadana….
Son sirenas de cristal con sus preciosos corazones de cristal, son sirenas de cristal que no recuerdan el pasado. Olvidan, recuerdan, conocen que este mundo es muy duro pero ¿a quién le importa?
Encantada Humanidad

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