lunes, 15 de marzo de 2010

La chica con el paraguas más feo del mundo

Estaba lloviendo a cántaros, y yo esperaba, refugiado bajo un tejadillo en la puerta del metro.
Mentiría si dijese que lo primero que vi fue unos bonitos ojos o una acogedora sonrisa, porque lo primero que vi fue un paraguas horrible que luchaba por abrirse rodeado de otros muchos paraguas elegantes, o al menos discretos.
Nunca una combinación de colores y dibujos me había re
sultado tan desagradable a la vista y no pude menos que prestar atención a aquella aberración del diseño y casi diría que de la naturaleza.
La dueña del paraguas era una chica joven, quizás un poco más joven que yo, ni demasiado guapa ni demasiado fea, cosa que en cierto modo me decepcionó, pues esperaba ver bajo esa horrible tela un rostro acorde con la prenda.
Sin embargo, en las milésimas de segundo en las que la observé, pude darme cuenta de que había algo especial en ella. Vestía de colores oscuros pero llevaba pequeños detalles en su ropa de colores vivos, que la diferenciaban del resto. Además, su cara tenía un aspecto juvenil, y pícaro, al mismo tiempo que sus ojos mostraban una profunda madurez. Y por supuesto poseía el paraguas más feo del mundo, y lo llevaba con orgullo, conocedora de su especial condición de dueña.
Tras mi rápido análisis me sentí atraído irremediablemente por ella y deseé poder acercarme y saludarla, odiando al mismo tiempo las normas de conducta sociales que me harían parecer un psicópata si me acercaba de ese modo.
De pronto vi que observaba algo en el suelo y se sonreía, una cálida sonrisa por cierto, a continuación continuó su camino absorta en sus pensamientos.
Me quedé paralizado, sopesando mis posibilidades.
¿Debía acercarme? Y ¿qué podía decirle? Era una absoluta locura, y yo en mi locura me estaba dejando llevar por unos sentimientos que no eran reales, sino fruto de mi extraña situación vital, el aburrimiento y la lluvia.
Estaba claro que no era la mujer de mi vida, así que por qué molestarse en hacer el ridículo.
Cuando quise darme cuenta, la chica ya había desaparecido, y no quedaba ni rastro de su horrible paraguas ni de su bonita sonrisa. El recuero de esa sonrisa despertó mi curiosidad por saber qué había provocado ese hermoso gesto segundos antes.
Me acerqué a las escaleras del metro, olvidando que llovía y que yo no llevaba ningún paraguas, ni feo ni bonito.
Me estaba empapando pero me daba igual, quería saber qué había hecho reír a la chica del paraguas más feo del mundo.
Y ahí estaba; alguien había echado jabón en las escaleras, y la fuerte caída de las gotas de lluvia, había provocado que las escaleras estuviesen llenas de burbujas de jabón.
Unas escaleras de metro llenas de burbujas, yo también tuve que sonreír ante el espectáculo.
¡Mierda! La chica del paraguas más feo del mundo sí que era la mujer de mi vida....

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